Autor: Collazos Óscar
Agradecimientos: Quinta Galería “La pintura ha muerto”, repiten desde el arte conceptual hace más de dos décadas. Mientras tanto, el mundo del “performance” y las “instalaciones” da vueltas en el círculo vicioso de las repeticiones con el propósito de abolir la pintura. La más extrema modernidad, sin embargo, ha permitido que convivan formas, estilos y tendencias en el único espacio cierto y permanente del arte: el de la libertad. Alejandro De Narváez, formado en la arquitectura y la pintura, formado sobre todo en los modelos “clásicos”, vuelve a recordarnos que la pintura no ha muerto, que el arte figurativo no ha hecho más que modificarse en metamorfosis que van del impresionismo lírico al más radical hiperrealismo. Al fin y al cabo, no son las modas o tendencias de época las que determinan la elección de un estilo. Es el temperamento del artista el que guía los pasos de su creación. Elige las formas de alguna manera afines a su sensibilidad, como elige, a menudo inconscientemente, el mundo de imágenes que reposan en su memoria afectiva. Puede suceder que no elija los temas, sino que éstos se lo impongan. Se es conservador o radicalmente experimental por temperamento. Adivino en Alejandro De Narváez un temperamento lírico que no es ajeno a la tradición figurativa del arte contemporáneo. De allí los temas de su obra: “bodegones” que él mismo se resiste a llamar “naturaleza muerta”: paisajes urbanos en los que el artista transforma y depura la concepción originalmente arquitectónica de su formación académica: paisajes rurales que, en algún caso, evitan la representación realista y conducen el tema hacia un impresionismo que tal vez sea en el futuro un inevitable en su obra. Mejor dicho, una aproximación a la representación no figurativa de sus temas. Como en la mejor y más alta tradición, de un Ariza o un Acuña, por ejemplo (…). La pintura es simplemete pintura. Y De Narváez se ciñe a sus leyes: colores, formas, búsqueda de equilibrio a través de la composición, perfeccionamiento de los detalles hasta que éstos se difuminan en los límites del horizonte, como en sus paisajes urbanos, imponentes bajo la luz cambiante del cielo. Pintura que se reconoce figurativa, pero que es, al mismo tiempo, expresión de un estado del alma. En pocas palabras: arduo oficio de un artista que se ha propuesto construir una poética de las ciudades o del despoblado paisaje rural, de la misma manera como se propone construir una poética del bodegón dando forma al esplendor de esos frutos descarnados y abiertos, metáfora de una vida detenida en el tiempo de la obra.
2004-09-01 | 2,510 visitas | 2 valoraciones
Vol. 33 Núm.1. Marzo 2004 Pags. Rev Col Psiqui 2004; XXXIII(1)