Autor: Santiago Méndez Angeles
Desde su aparición en la Tierra hasta nuestros días, el hombre ha luchado por paliar sus dolencias. Así, los primeros homínidos encontraron en la naturaleza un proveedor de remedios para sus enfermedades y dolores. Primero imitando el comportamiento de los animales, a los que observaba comer ciertas hierbas cuando enfermaban o estaban heridos, y después siguiendo su intuición y a base de prueba y error, el hombre primitivo empezó a distinguir las plantas comestibles de las curativas o dañinas. En su caminar por la evolución y guiado por su inicial carácter nómada que lo condujo a poblar distintas latitudes, el hombre llevó consigo hojas, tallos y raíces como arsenal terapéutico. Lejos de extinguirse, esta medicina natural se arraigó en todas las culturas, en primer lugar gracias al surgimiento de la agricultura y en segundo término por la aparición del lenguaje, eficaz instrumento para denominar, clasificar y proteger plantas que quedarían impresas en la memoria colectiva, muchas veces bajo el resguardo de la figura primigenia del médico, es decir, el brujo o curandero. Este proceso llevó miles de años hasta llegar a la configuración de un cuerpo teórico-práctico de conocimientos herbolarios, de manera que cientos de plantas resultaron tan eficaces que permanecen vigentes.
2005-09-07 | 4,170 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 3 Núm.12. Agosto-Septiembre 2005 Pags. 31-36 Dol Clin Ter 2005; III(12)