Entre el pincel y la ‘locura’

Fragmento

Como en el último cuadro que Van Gogh pintó antes de pegarse un tiro en el pecho, en aquel verano de 1890, la obra de Carlos Larracilla también está habitada por el rondar de pájaros negros. Existe una sutil correspondencia: en la esquina superior del “Retrato de Dasha Blancarte”, un óleo sombrío de Larracilla -donde el único matiz iluminado es el rostro de esa mujer misteriosa que voltea hacia algún lado, por supuesto infinito-, se observa un pequeño trozo de Vincent, una porción de “Cuervos Sobre el Trigal” que el holandés terminó días antes de su suicidio. Además del ejemplo estético que es Van Gogh para Larracilla, una suerte de maestro (muerto) que enseña al aprendiz (vivo), los vínculos van más allá de los pinceles. Acaso la similitud se instala en la mente. “Había la opción de estar en un manicomio o de ser pintor. Estuve encerrado un año en mi casa, en mi cuarto. Tuve una crisis depresiva severa. Ese fue el rompimiento con todo el mundo. Fue como un pequeño colapso que destruye, que borra todo. Hubo una pérdida de la esperanza y una forma de reclamo y comencé a hacer dibujos y ahí nació el pintor”, recuerda.

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2007-10-23   |   945 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 8 Núm.1. Abril 2006 Pags. 59 Inv salud 2006; VIII(1)