Autor: Rivera Horacio
En su comentario de despedida como editor de Nature (378: 521, 1995) J Maddox subraya que una de las víctimas de la ciencia moderna es el lenguaje; es decir, que la comunicación científica se caracteriza por su oscuridad y grandes abusos verbales. Aunque dicho señalamiento no sea novedoso (ver, por ejemplo, JR Baker, Nature 176: 851, 1955; FP Woodford, Science 156: 743, 1967) y ciertamente no tenga importancia para los científicos empresarios ahora encumbrados, es obvio que la degradación del lenguaje en ciencia va de mal en peor, al menos en disciplinas como la otrora llamada genética. Así por ejemplo, en al artículo inicial de una serie para educar a médicos legos en genética, AE Guttmacher y FS Collins (N Eng J Med 347: 1512, 2002) subrayan la persistencia de creencias imprecisas acerca de la genética pero tendenciosamente definen a ésta como el estudio de genes únicos y sus efectos, descomunal falacia reiterada machaconamente por los genomistas segundones y de ocasión (H Rivera, MSM, medscimonit.com, abril de 2003). El neologismo genome fue concebido por Winkler (1920) a partir del término gen y del sufijo ome tomado de chromosome. Dicho tecnicismo permaneció confinado y sin uso mayor en el argot genético, pero a partir de la formalización del Proyecto del Genoma Humano (PGH), el término no sólo se popularizó sino que en 1987 fue utilizado para inventar la genómica, nueva subdisciplina que estudia integralmente el genoma (como si la genética no lo hiciera) y que ha resultado la prolífica madre de una inacabada generación de engendros “ómicos”.
2008-06-13 | 734 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 6 Núm.3. Diciembre 2004 Pags. 144-145 Inv salud 2004; VI(3)