Nunca voy a olvidar la sensación que experimenté en el momento en que mi madre se abrió la bata en el consultorio, así como tampoco se podrá borrar de mi mente la imagen de sus ojos vidriosos y su expresión de niña temerosa. Estaba ahí, sentada, expectante y vulnerable ante la posibilidad de un diagnóstico casi certero: cáncer de mama. En cuando mi madre escuchó las explicaciones del médico y las posibilidades de que ese tumor, esa bola que ella sentía, fuera cáncer, supo que los días que venían serían muy difíciles, la idea de la amputación, de la quimioterapia, de la pérdida del cabello, y sobre todo, la posibilidad de la muerte, invadieron casi instantáneamente las ideas en su cabeza y los sentimientos alrededor de la enfermedad.
2008-12-04 | 1,647 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 1 Núm.4. Octubre-Diciembre 2008 Pags. 8-10 Rev Sal Quintana Roo 2008; 1(4)