A lo largo de la historia, los desastres naturales han sido acompañados regular y concomitantemente por epidemias de tifus, peste, disentería, cólera y otras enfermedades. Las observaciones efectuadas ulteriormente a las calamidades naturales sugieren que los brotes más importantes de enfermedades transmisibles graves son poco comunes; por una parte, ello pudiera denotar fallas en la observación sistemática de enfermedades después de una hecatombe, y, por otra, indicar la eficacia de las intervenciones de salud pública prestadas durante las operaciones de rescate. Parecen reflejar la escasa incidencia de grandes movimientos poblacionales y otros efectos del desastre, en el incremento de la transmisión de enfermedades. A pesar de lo expuesto, también podría concluirse que existe la posibilidad de que surjan epidemias después de la mayor parte de los grandes desastres naturales, por lo que se hace necesario conceder la prioridad de vigilar el brote de enfermedades así como la toma de las medidas de salud pública pertinente. Los niños son los seres más vulnerables después de un desastre por eso es primordial que el personal de salud de primer contacto esté alerta después de cualquier evento ya que como veremos a continuación dependiendo del evento actuaremos para un manejo integral del niño y sus padres. Los desastres naturales pueden aumentar el riesgo de enfermedades evitables debido a los cambios que producen en los siguientes aspectos: 1. Densidad de población. El hacinamiento, en sí, aumenta la posibilidad de transmisión de enfermedades transmitidas por el aire propiciando el incremento de infecciones respiratorias agudas que se dan después de un desastre. Además, los servicios de salud disponibles suelen no dar abasto para atender los aumentos repentinos de población.
2013-06-27 | 910 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 25 Núm.100. Abril-Junio 2012 Pags. 125-127 Rev Enfer Infec Pediatr 2012; 25(100)