De la máquina eléctrica a la Radiología en Colombia

Autor: Patiño Pacheco Jairo Hernando

Fragmento

Reinaba un olor extraño. Una especie de ozono diluido en la atmósfera. Entre las ventanas cubiertas de negro la cabina dividía el laboratorio en dos partes desiguales. Se distinguían aparatos de física, cristales cóncavos, tableros de interruptores, instrumentos para medir, una caja semejante a un aparato fotográfico sobre un chasis de ruedas, y diapositivas en cristal alineadas en paredes hasta el punto de que no se sabía si uno se hallaba en el taller de un fotógrafo, en una cámara oscura, en el taller de un inventor, o en la oficina de técnica de hechicería. En ese momento, el ayudante imprimió a la palanca de mano el movimiento conveniente. Durante dos segundos funcionaron las fuerzas terribles necesarias para atravesar la materia, corrientes de millares de voltios, de cien mil voltios. Apenas esclavizadas, las fuerzas intentaron abrirse caminos tortuosos. Estallaron descargas como disparos. Una chispa azul vibró en la punta de un aparato. Unos relámpagos subieron crepitando a lo largo del muro. En algún lado, una luz roja, semejante a un ojo, miraba tranquila y amenazadora dentro de la habitación, y una botella, a la espalda de Joachim, se llenó de líquido verde. Luego todo se fue tranquilizando, los fenómenos luminosos se desvanecieron y Joachim, suspirando, soltó el aire de sus pulmones. Ya estaba. Thomas Mann, La montaña mágica, 1911.

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2006-08-16   |   1,639 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 9 Núm.2. Agosto 2006 Pags. 81-82 MedUNAB 2006; 9(2)